En las horas previas del concierto, me dio por reflexionar sobre mi actitud a la hora de
cómo veo mi relación con mi banda favorita. Y creo que esta postura que veo en mí, es
común a miles y miles de seguidores aquí y en cualquier lugar, cosa que creo que
sucede con pocas bandas como intuyo que pasa con The Cure: me da la impresión de
que acudo al concierto siendo su fan más importante y el que más relación intensa tiene
con la banda. Este punto de cierto egocentrismo como seguidor, deriva de lo importante
que ha sido la banda, su música y su trayectoria en tu vida. Podríamos decir que Robert
Smith es una especie de padre cultural o musical de cada uno de los que nos sentimos
así cada vez que tenemos ocasión de ver al grupo en directo (en mi caso, la 4ª ocasión) y
es que al menos en mi caso, con The Cure empezó todo.
El día pintaba parecido al de hacía casi 6 años. Un día muy The Cure, de portada de
“Faith”, gris y lluvioso. De hecho, en lugar de música, se ambientó el interior del
Palacio de los Deportes con un sonido de lluvia y tormenta para que poco a poco nos
fuéramos situando. Salimos con tiempo para llegar bien a nuestra localidad de asiento
reservado, cosa imprescindible en el estado actual de embarazo de mi mujer (a la que
por Reyes regalé la entrada para que viera en directo a ese grupo que tanto tiene que
escuchar por mis gustos); nuestro futuro hijo siempre podrá decir que al menos “in
utero” (como diría Nirvana), acudió a un concierto de The Cure, cosa que no podrá
decir nuestro primogénito Alejandro, a unos días de cumplir 2 años, que se quedó con los abuelos.
Nos reunimos con Mariano González en la puerta de Felipe II y subimos hasta nuestras
localidades en el sector 26 alto. Todo el programa cumplió con sus tiempos y a las
19.45h se apagaron las luces para dar paso a The Twilight Sad. Este grupo,
curiosamente, fueron también el artista invitado en el concierto del 20 de noviembre de 2016. Desde aquella noche no les había vuelto a escuchar y su estilo me recordó
bastante a lo que nos ofrecieron 6 años atrás. Melodías intensas y algo oscuras, que no
desentonan como aperitivo a un concierto de The Cure. Sí que no recordaba bien al
cantante, al cual vi bastante menos encorsetado en esta ocasión y marcando menos las
“r” al cantar. Dispusieron de unos generosos 45 minutos que no se hicieron pesados.
Acabada su actuación, volvieron los sonidos de lluvia y quedaban 30 minutos para que
los roadies dejaran todo bien para que a las 21.00h se volvieran a apagar las luces y
recibiéramos a The Cure. Aquí debajo pueden ver a The Twilight Sad y en la foto superior a su vocalista, James Graham.
Para esta ocasión, a la hora de sacar las entradas, decidí cambiar de costado para que la
experiencia se diferenciara más de la de 2016. Y el concierto varió mucho también en
este sentido por lo que la banda dispuso. Teniendo en cuenta que en esta ocasión había
espacio para canciones nuevas para lo que, al fin, será su siguiente disco de estudio tras
casi 15 años, la cosa se haría más evidente. Pero, al margen de la inserción de un
quinteto de temas nuevos, el concierto marchó por otros derroteros o propuesta.
El carácter atmosférico, reflexivo y algo oscuro del próximo disco, quizás no muy
lejano a “Bloodflowers” de 2000, muy seguramente influyó en que el concierto, hasta el
bis final, me evocara mucho a mi debut personal con The Cure en aquella sala La
Riviera sobreaforada el 27 de marzo de 2000 en el Dream Tour correspondiente al
citado disco. Pasaron 2 horas de actuación en las que no hubo concesión alguna al pop
alegre y luminoso, y sí mucha cabida a temas melancólicos, oscuros o potentes.
Arrancaron con “Alone”, nueva pieza, que rompió las apuestas de Mariano González y
servidor, que tiramos a “lo seguro” con “Plainsong” y “Open” respectivamente. Tras
este arranque inédito para nosotros (sigo con mi costumbre de no hacerme spoilers de lo
que viene tocando el grupo y no había escuchado ninguna canción nueva aún), llegó
“Pictures of you”, primer clásico, siempre muy bien recibido por todos, y que permitió
que el recinto, lleno hasta la bandera, se metiera de lleno en materia; respecto a spoilers, solamente tuve uno leve, puesto que el periodista Javier Ricou, cedió un vídeo personal que se hizo en el concierto de la noche anterior en Barcelona para su intervención en el programa de televisión de Alfonso Arús, y durante ese fragmento sonaba “Play for today”, que aquí también sonó, si bien en The Cure el asunto de los setlist no es tan importante, puesto que de una noche a otra te pueden cambiar casi una cuarta parte de las canciones.
Fue un arranque muy bueno de show, ya que situar en esos primeros compases la
romántica e intensa “A night like this”, siempre es una apuesta segurísima de acierto. En
esta cita con The Cure, quizás la mayor sorpresa fue “Cold”, en dura pugna
con “Closedown”; he de apuntar como cosa también común a ambos pasajes del
concierto, que los teclados de Roger O’Donnell sonaron en la mezcla casi
imperceptibles y es una auténtica pena, ya que las melodías de teclados en estos 2 temas
son quizás sus señas más características, con lo que vivimos estas 2 invitadas no muy
esperadas de forma algo distinta a como las conocemos en “Pornography” y
Disintegration” respectivamente.
Para más paralelismos con el para mí mítico concierto de La Riviera de 2000, sonaron
seguidas las aperturas de disco de 2 de las obras más controvertidas y que para amplios
sectores de seguidores no gustan demasiado (si bien, el paso del tiempo ha hecho que
otros tantos no veamos con malos ojos a esos lps). Me estoy refiriendo a “Want” y a
“Shake dog shake”, temas de arranque de “Wild Mood Swings” y “The Top”
respectivamente, que aportaron claramente al sector potente y aguerrido de la parte
central del concierto. En ese enfoque de duras guitarras y contundencia estuvo la sesuda
“From the edge of the deep green sea”, tema que no es de mis favoritos y que en el artículo de “Wish” me ha reportado algún que otro debate con algún camarada.
Recuerdo que en los pocos minutos que estuvimos conversando antes de empezar The
Twilight Sad y entre estos y el inicio de The Cure, comentando piezas que estaría bien
escuchar, cité a “Charlotte sometimes”. Y hubo suerte. Esta pieza, single situado entre
“Faith” y “Pornography”, que a pesar de su aire triste y melancólico no presagiaba una
tormenta como la que fue “Pornography” (las pistas las daba la cara “b” “Splintered in
her head”), y que me quedó como un debe intentar ir a conocer el sanatorio de
Holloway donde se grabó el videoclip cuando viajé a Londres (pillaba muy retirado,
mucho más que las localizaciones de “The hanging garden” y “The caterpillar”, que sí
visité), supuso uno de los episodios que más claramente quedarán en mi retina de esta
noche. Por si acaso, la grabé en vídeo y aquí se la dejamos insertada.
Apuntalando el enfoque oscuro, nocturno y siniestro, estuvieron “Burn” de la banda
sonora de “El Cuervo” y “At night”, capítulo muy oscuro de “Seventeen Seconds”.
“Burn” no supuso mayor sorpresa, ya que el grupo la interpretó en la vez anterior de
2016, lo que sí me hizo gracia fue como Robert tiró la flauta al suelo tras la intro con la
misma. “At night” sí que fue más sorpresiva (aunque es de las canciones que figuran en
un disco en directo del grupo, el “Paris” de 1992), correctísimamente ambientada con
las pantallas de fondo con un cielo estrellado fabuloso.
En el primer bis la cosa siguió densa y oscura gracias a episodios tan imprescindibles
como “A forest”, con una interpretación tremenda y un final notable a cargo de Simon
Gallup al bajo o “Faith”, otro paralelismo con el año 2000. Y la duda estaba ahí cuando
tras los últimos golpetazos al bajo de “A forest” se ponía fin a este primer bis: ¿seguiría el concierto
con la misma tónica densa y oscura o habría lugar al pop? Yo pensaba que continuaría
la cosa por tierras sonoras introspectivas y me equivoqué, porque en el bis final
aparecieron los momentos pop de la noche.
Arrancaron, eso sí (tras un estribillo en acústico de “The blood”), con el pop oscuro de
“Lullaby”, para que el cambio de registro no fuera tan brusco. En ese momento, he de
comentar que un tipo de la fila de atrás de asientos me importunó para que le dijera a la
que estaba delante de mí que se sentase porque así él no veía… ¡Manda cojones que uno
de los motivos por los que de un tiempo a aquí voy a asiento reservado sea para que no
me toquen los huevos en pie de pista por mis 2 metros de estatura y me tenga que pasar
esto y encima a mitad de “Lullaby”! Le hice un gesto de que qué quería que hiciera,
porque esa mujer apenas se había levantado en las 2 horas y pico de show que
llevábamos y además estaba grabando con el móvil el capítulo de “Lullaby”. Hay gente
para todo, lamentablemente… También, en tanto a compañeros cercanos de fatiga que
nos tocaron, he de citar al que le tocó al lado a mi mujer, el cual supongo que a día de
hoy seguirá afónico, por el nivel de voz con el que mantenía conversación con su
compañera y con el que se desgañitaba cantando varias canciones.
Dejando ya al lado el comentar sobre la gente con la que coincidimos en el sector del
graderío donde estuvimos, en este último bis hubo lugar para otro de los temas que
anhelaba escuchar algún día en directo y que no a todo el mundo gusta (por ejemplo,
Jesús Llorente, quien escribió la notable biografía que tengo de la editorial La Máscara,
reniega de ella), que es “Doing the unstuck” de “Wish”. Personalmente, fabulosa. Me
supuso unos minutos muy emocionantes. Momentazo del concierto que también
quedará como marca propia de la ocasión en mi recuerdo. Se acompañó, a modo de
combo, de su rutilante compañera de disco “Friday I’m in love” (más apropiada que
nunca, ya que el concierto fue un viernes), la cual fue uno de los episodios más
celebrados de la noche, como suele ser de esperar. Fabuloso fue encadenar los singles
de “The Head On The Door” y es que tanto “Close to me” como sobre todo “In between
days”, en un bis quedan muy bullangueras (las otras veces que viví en directo “In
between days” la tocaron más al comienzo o por lo menos mitad del concierto). A continuación, un primer plano de Roger O'Donnell.
El final de fiesta fue de la mano de quizás los hits pop más adorados por el público
masivo, “Just like heaven” y “Boys don’t cry”; de esta forma, se contentaría a aquel
sector de gente que viniera para escuchar lo más masivo y que por ejemplo en el año
2000 se irían a casa desorientados con un palmo de narices. En mi caso, siendo la 4ª
ocasión que les veía en directo, no me hubiera importado un show completamente
oscuro, pero en el año 2000, no por desconocimiento de las canciones (que me sabía
todas las que tocaron), pero sí por lo centrado en un espectro de la discografía del grupo,
considero que no era el mejor concierto para iniciarse con The Cure en directo, pero sí
para la 3ª o 4ª vez que les vieras, por lo que los fans de una generación mayor que la
mía que fueron a La Riviera aquel día y hubieran acudido a Las Ventas en el 95 y 89, saldrían
encantados. A mí esa noche me falto representación del sector pop del grupo, que
también es notablemente apreciable.
En mi siempre comentado apartado de mis carencias personales, solamente eché en falta
a “The hanging garden”, ya sabiendo a posteriori que en muchas noches de la presente
gira la están tocando, al igual que “The figurehead”, compañera de “Pornography”; sin
ir más lejos, la siguiente noche cayeron las 2. Aún así, estoy muy satisfecho de lo que
vivimos. Fue un planteamiento excelente de show. Los temas nuevos suenan bastante
bien. No comento más, porque de primeras escuchas no me veo con el juicio suficiente
para valorarlos más a fondo, pero aseguro que estoy deseando que el disco vea la luz.
Se encendieron las luces tras “Boys don’t cry” y tras un lento marcharse del escenario
por parte de Robert, al cual vi más emocionado que nunca y más sentido con el cariño
del público en la despedida; algunas crónicas veían en ello un posible halo de despedida
real del grupo… Espero que no, si bien hay que ser lógico y pensar que si nos quedan
más ocasiones, no serán muchas más, estando Robert ya metido en la sesentena.
Esperamos a que la seguridad nos dejara desfilar y al salir del recinto, intentamos
comprarnos una camiseta de la gira Mariano y yo, puesto que estaban a precio razonable
(20 euros, que para lo que suele ser el merchandising no está mal), pero por lo visto no
quedaban xxl y además había mucha gente agolpada. Se nos torció el poder cenar
comida turca en Manuel Becerra, tradición de las últimas ocasiones que hemos acudido a un concierto en el mismo recinto, y tuvimos que dirigirnos al burguer de cadena masiva
de enfrente, donde seguimos comentando el concierto.
Ahí reparamos en que nos dio la impresión de que ese 6º componente a los teclados del
lado contrario parecía Perry Bamonte. Y buscando información, así confirmamos que
fue (no lo sabíamos de antemano); aunque su posición nos cogía lejos, en la foto superior a este párrafo creo que no le pillamos mal del todo. Acompañó a Roger en los teclados, pero ya he
comentado antes que la mezcla de sonido, que por lo general no estuvo mal, sí que falló
en darles el protagonismo en ciertos momentos. Roger O’Donnell, por cierto, estuvo
muy animoso en el bis final, tocando incluso la pandereta, cosa que en él, que por los
foros de seguidores no suele estar muy bien valorado en la cercanía con los fans, es
digno de reseñar. A continuación una foto de Simon y Roger.
Simon Gallup estuvo a lo suyo. Sesudo, potente y concienzudo con su bajo y sus poses
curvadas y marcadas tocando a fuego sus notas. Tuvo momentos de complicidad con
Robert en escena (espalda con espalda uno con la guitarra y el otro con el bajo), lo cual
disipa las dudas ante ese abandono temporal que Gallup protagonizó hace cosa de un
año, que nos puso a todos en estado de nerviosismo. Abajo Robert, Perry y Reeves.
Al pobre de Jason Cooper, debido a la situación del panel de bafles y focos, no le
podíamos ver desde nuestra posición. Solamente podemos afirmar que la batería sonó
muy contundente, siendo justa con ella la producción del concierto. Y Reeves Gabrels
sigue haciendo méritos como componente del grupo desde hace ya una década, con un
buen desempeño a las guitarras (las cuales, en algún pasaje sonaron como en las giras de
mediados de los 80, con la potencia del reactor de un avión), si bien creo que el bueno
de Reeves se ganará el pedigree como componente cuando salga el nuevo disco y figure
al fin en los créditos de un lp de estudio de The Cure. Y en último lugar, pero no por ello menos importante (sino todo lo contrario), ¿qué decir de Robert Smith? Lo primero es lo que tanto se ha comentado en foros como el de Hispacure, sobre lo bien que mantiene su voz. En tanto a su interacción con el público, quizás estuvo menos desenfadado que en 2016 (día en el que le noté que incluso bromeó en un par de ocasiones incluso con gracioso descaro), pero se mostró lo suficientemente cercano en las ocasiones que se dirigió entre tema y tema a los fieles que acudimos. Sobre todo, se dirigió a la gente cuando iban a tocar un tema nuevo. Aquí debajo mano a mano con su escudero Simon.
Una cita nuevamente maravillosa e inolvidable con la que es mi banda favorita de
siempre (lo cual, en mi caso, con toda la música que me gusta, es mucho mucho decir).
No sé si será la última ocasión. Quiero pensar que con Robert frisando la setentena,
todavía volvamos a verles por el mismo recinto (el cual les viene como anillo al dedo) y
no por festivales de esos en los que, a precios actuales, tienes que apoquinar en torno a 200 euros
porque vienen otras bandas e irte a un páramo perdido a verles en mitad de la nada.
Y es
que un concierto de The Cure en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid
(o “fulanito center” como quieran llamarle comercialmente), es siempre garantía de
éxito, con entradas agotadas desde mucho tiempo antes de la fecha. Así que, Gay
Mercader o herederos, sigan teniendo en cuenta esta opción para dentro de otros 6 u 8
años (que es la frecuencia en la que nos venimos moviendo). Muchos estaremos muy
agradecidos. Nos vemos, Robert.
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