ANTECEDENTES E INTRODUCCIÓN.
Sobre La Movida Madrileña (y la no madrileña) se ha generado tal cantidad de material sonoro, escrito y visual que al final cada vez, yo que nací tarde para degustar aquello, creo saber menos sobre ella. En mayor o menor medida se ha verificado la idea de que cuando aquello estaba a punto de sal, era un asunto sin mucha afluencia, minoritario; cuatro gatos escuchando a Siouxsie y a Iggy Pop (entre otros). Sin embargo cuando encuentro algún tipo de información referente a La Movida, la nómina de pertenecientes no para de agrandarse; cualquier día veremos a Remedios Amaya manejando su barca en un documental sobre la época. No hablemos ya si nos podemos a subdividir y a trazar fronteras con tiralíneas. Servidor, que aunque joven tiene ya algo de mili en la mochila, pasa bastante de discusiones bizantinas sobre “Babosos”, “Hornadas Irritantes”, tirios o troyanos. De ello en “DMR” hemos dado buen ejemplo, dedicando post lo mismo a Nacha Pop que a Derribos Arias. Sin embargo hay algunas clasificaciones, no del todo chorras, que nos pueden ayudar a ordenar este tumulto nuevaolero de los primeros años ochenta. Aquí entrarán en juego Parálisis Permanente.
Hubo una facción de La Movida, notablemente interesante, de tintes oscuros e influida por los tétricos efluvios que emanaban de Bauhaus, The Cure, Killing Joke, Siouxsie & The Banshees… y que fructificó en buenos grupos de distinta jaez. Décima Víctima y Agrimensor K (a la postre La Dama Se Esconde) estaban imbuidos de la desazón existencialista de The Cure o Joy Division; Alphaville daban a su música un toque más elegante. Y otros grupos como Parálisis Permanente tenían un espíritu que añadía a esta onda, rabia punk y algo de imagen glam. No olvidemos el parentesco con Gabinete Caligari y Alaska Y Los Pegamoides. En efecto, el árbol genealógico de Parálisis Permanente se asienta en la raíces de la discordia existente entre la vena pop de Carlos Berlanga y la querencia entre los afines al brumoso estilo del postpunk (afterpunk entonces).
Entre estos últimos por supuesto que se encontraban Eduardo Benavente y Ana Curra, pero también Nacho Canut y Alaska (participantes puntuales en mayor o menor medida de Parálisis Permanente). No obstante la ruptura de Los Pegamoides trajo clarificación y orden a las formaciones, y Ana Curra y Eduardo Benavente finalmente se convirtieron en el núcleo duro de Parálisis Permanente y Nacho y Alaska recabaron en Dinarama. También es necesario correlacionar a Parálisis Permanente con Gabinete Caligari, toda vez que la afinidad musical e influencias comunes eran altísimas. De hecho lanzaron al mercado en 1981 un EP compartido, cuya portada por cierto ya despierta interés; toda vez que en ella podemos ver a los microcéfalos de la estupenda película “Freaks” (o al menos eso parece). Además en este EP ya estaban dos pequeños clásicos: “Autosuficiencia” y “Tengo un pasajero”. A posteriori otro EP contendría algunos otros pesos pesados de Parálisis Permanente: “Un día en Texas” y “Quiero ser santa” (muy relacionada con Alaska).
Hablando de Parálisis Permanente en general, y de “El Acto” en particular, cabe decir que la temática y buena parte de las atmósferas son grotescas, necrófilas, siniestras y en algunos casos no exentas de angustia. Ante esto recomiendo (refiriéndome más a los neófitos en el grupo) la moderación o aniquilación de prejuicios, un razonable aperturismo de mente y la siempre vivificante curiosidad. En realidad una parte de esta negrura se filtra a través del humor y en los casos más serios las canciones no están tan lejanas (en el fondo) de nuestras cuitas más oscuras. Por cierto, otro requisito es abandonar cualquier espejismo de puritanismo, pues el grupo no escondió tampoco (ni quisieron) una temática de índole sexual muy afecta al sadomasoquismo (echen un ojo a la portada) y muchas canciones flotan en una atmósfera de tórrido agobio. Sexo chungo que decían Siniestro Total. A todo esto, la estilística sea cual sea el fondo no adolece de diversión; hay un buen componente punk pop muy pegadizo y, a mi juicio bastante asimilable. Los momentos más postpunk, por su parte, se hicieron conociendo bien a los referentes que servían de iluminación.
Tampoco se nos escapa que en Parálisis Permanente hay algo abiertamente frustrante. Sin duda me refiero a la cortedad de la vida del grupo, fatalmente truncado por la muerte en accidente de tráfico de Eduardo Benavente en 1983. Más allá de honrar con nuestras escuchas lo que se grabó, entristece pensar lo que en potencia pudo venir. Sospecho que Eduardo llevaba dentro de sí un potencial de estrella de rock que pudo haber sido perdurable. Hablo, en baso a documentos de la época, pero creo que podrían haber superado la estacionalidad que sufrieron muchos grupos de La Movida. Decía Will Munny (o sea, Clint Eastwood) en “Sin Perdón” que matar a alguien es algo muy duro, no solo le quitas lo que tiene sino todo lo que podría llegar a tener. Está claro que a Eduardo no lo mató nadie, pero pienso en esa frase cuando la muerte trunca los proyectos de los que han fallecido por lo que sea.
Pero no dilapidemos más este artículo en tristezas, recordemos el fulgor de una época a ratos muy brillante y en la que participaron activamente Parálisis Permanente. No soy sospechoso de aplicar en todo momento la máxima de Rimbaud que decía que “hay que ser absolutamente moderno”, pero la modernidad de aquellos años me resulta divertida, chispeante, desprejuiciada. Y Parálisis Permanente, ya digo, contribuyeron a ello.
Por cierto la banda para este disco fue: Eduardo Benavente como voz principal y guitarra, Ana Curra en las teclas, Rafa Balmaseda en el bajo y Johnny Canut en la batería.
ANÁLISIS DEL DISCO.
1. “Adictos de la lujuria”: Una introducción bastante agreste, a base inquietantes vientos y un sombrío efecto de tormentas, da lugar a una potente y mórbida canción. Las guitarras son gruesas y afiladas y todos los arreglos dan una nerviosa sensación de contundente urgencia. Densa y directa a un tiempo. El comienzo de la letra es una rima de las que no se olvidan: “Llevo treinta días sin luz, encerrado en este ataúd”. Si a ello le juntamos referencias a mentes depravadas y a la decadencia corporal, el conjunto ha de rezumar negritud por doquier. Aunque tiene también algo de extravagante sensualidad. Dicho lo cual es una canción bastante pegadiza y un buen directo a la cara del oyente para comenzar el disco.
2. “Vamos a jugar”: Está claro que no nos referimos al tute o cazar pokémons. Juegos sexuales y taimadas (o no tanto) referencias al sadomasoquismo copan la canción. La música en un especie de mezcla entre punk, pop y new wave, con el consabido poso de oscurantismo. Divertida; mantiene el nivel. En realidad ninguna canción sobrepasa los cuatro minutos, lo que nos da un resultado bastante ágil.
3. “Te gustará”: Nos alejamos de los ritmos a machamartillo de las dos primeras canciones para abrazar una canción más sinuosa y reptante, con un bajo y batería más marcado. Esta estilística si bien la hace menos punzante, por otro lado hace que aumente la sensación de opresión. Postpunk puro. Nuevas referencias sexuales en la letra. A veces se me figura como la iniciación de un neófito, por parte de alguien experimentado, en oscuras artes amatorias: “no me preguntes no quiero hablar, no te arrastres, te gustará”.
4. “Héroes”: El problema de esta canción es que es muy difícil evitar las comparaciones con una de las cumbres de la cultura popular del siglo XX. Palabras muy maximalistas las mías, pero con el “Heroes” de Bowie no puedo ser objetivo. Es una de mis canciones favoritas. Hacer una versión de esta canción es como aceptar un reto que necesariamente vas a perder. Dicho esto, la versión es bastante estimable. De hecho es la canción más hermosa del disco y quizá el mayor punto de luminosidad del mismo. Se trata de una bonita y directa new wave. Además Eduardo Benavente destila carisma interpretativa. A mis oídos cualquier versión de la original estará a eones luz, pero ésta es muy meritoria.
5. “Tengo un precio”: Inicio de nerviosa percusión acompasada con las teclas de Ana Curra y buen trabajo del bajo. Más allá del morbo de la letra y sus libidinosas concomitancias, es una canción de ritmo pegadizo y saltarín a ratos (coritos incluidos) y otras partes más marcadas y recitativas. Según se va escuchando más veces se van descubriendo más detalles.
6. “Jugando a las cartas en el cementerio”: Volvemos a la faceta más directa. Canción punk, pegadiza y hasta simpática, sobre todo si se pilla la onda necrófila y de humor macabro que recubre a la canción. El título el bastante explicativo de lo que es la letra. Un breve y gamberro apunte.
7. “El acto”: Nunca pude ver al grupo en directo, pero cuando vi a Ana Curra junto a Digital 21 en el Universimad de 2010 (es lo más que he podido ver, en otras actuaciones de Ana no he podido estar) esta fue una de las mejores interpretaciones. Y es que su sustancia, obsesiva y cortante luce muy bien sobre las tablas. Es un número breve, pero que aun así se las apaña para ser tortuoso. Interesante. Ya supondrán a qué acto se refiere la letra: “Me despierto con la obsesión, poseerte es mi ambición”. Un calentón de mal rollo.
8. “Esto no es”: Volvemos a la faceta más punk pop del grupo. También la más lúdica, si bien la letra incluye envenenamientos con estricnina y experimentos tirando a dementes. En realidad es más sórdido leerlo que escucharlo. Eduardo Benavente se muestra un poco histrión para acompañar lo que supongo son ráfagas de humor negro. Se puede notar en como alarga algunos versos de las estrofas.
9. “Ahora quiero ser tu perro”: Segunda versión del disco; en este caso del “I wanna be your dog” de los Stooges. La original establece prácticamente un canon que será muy imitado a posteriori, usando un riff descendente y una obsesiva nota de piano de fondo. Todo ello da un conseguido ambiente de rock y decadencias que Parálisis Permanente reproducen muy bien. Quizá sea la canción más rock del disco, sin el punk
delante (aunque rescoldos hay) No son malos Parálisis haciendo versiones. Ojo a los coros de Ana Curra. La canción de Iggy y compañía debió de ser muy popular en aquellos días en nuestro país, pues Las Vulpes también hicieron su versión bajo el título de “Me gusta ser una zorra”. Canción ésta que causó un soponcio a nuestra ancestral carcunda ultramontana, que confundiendo su legítimo derecho al desagrado con la yesca y el pedernal organizó un buen escabeche que acabó con la cancelación del programa “Caja de Ritmos” de Carlos Tena. No me quiero ni imaginar los embates, tanto desde babor como desde estribor, que recibiría hoy en día la cancioncilla de marras, toda vez que sentirse ofendido se ha convertido en nuestro deporte nacional.
10. “Bacanal”: Instrumental que si bien no es que sea un momento destacado, no adolece de detallismo. Armoniza con cierta soltura pequeños detalles de guitarra acústica, eléctrica y piano. Con semejante nombre, no pueden faltar lujuriosos coros y libidinosos grititos. Gente disfrutando orgiásticamente de… el acto.
11. “Todo el mundo”: Ágil diversión punk, de ritmo acelerado y melodía fácil de seguir. Es uno de los momentos más desenfadados del disco; casi anima a dar palmas. No obstante la letra deja caer la de idea de la extrañación que sufre el que se siente distinto: “todo el mundo me pregunta cosas raras, todo el mundo cuenta cosas extrañas”. Quizá un pequeño divertimento antes de inmiscuirnos en territorios más turbulentos.
12. “Tengo un pasajero”: La música se adensa notablemente a raíz de este tema. Abandonamos la liviandad de, por ejemplo, el tema anterior para escuchar un tema intenso, de una angustia atrapante. Ritmo inmisericorde, guitarras gruesas y un gran desarrollo vocal de Eduardo. Los asincrónicos coros de Ana durante el estribillo dan más sensación de decadencia si cabe. No busquen connotaciones esotéricas o alienígenas en la letra. Se supone que habla de los efectos de las drogas. Uno de los clásicos de Parálisis Permanente, que ya aparecía en su primer EP junto con Gabinete Caligari. Cuando en 2005 La 2 de RTVE decidió reponer varios programas del justificadamente legendario espacio “La edad de oro”, incluyeron el piloto que se grabó antes del triste fallecimiento de Eduardo, donde actuaron Parálisis. Una de las canciones que tocó el grupo fue ésta, y fue clave para que naciese mi interés en Parálisis Permanente.
13. “Esa extraña sonrisa”: Y no abandonamos la oscuridad en lo que será el cierre de disco. Ritmo casi de metrónomo, persistente, cadencia lúgubre y ambiente maldito. Un tema clásicamente postpunk; acaso la canción que más incide en ese aspecto. Trabajo muy interesante de la dupla bajo-batería. El disco acaba tal comenzó, entre ominosos ruidos de tormenta.
RESULTADO, CONCLUSIONES Y REFLEXIONES.
No es ningún desdoro al disco comentar que una de las sensaciones que deja es que en subsiguientes años el grupo podría haber ido a más. De hecho si lo así lo pienso es porque hay numerosos extractos de talento a lo largo de todo “El Acto”. De todos modos no olvidemos que Eduardo Benavente tenía veinte años en el momento de su fallecimiento, edad donde la genialidad ya se revela pero todavía no ha tocado techo. Sea como sea seamos justos, el legado que nos dejaron Parálisis Permanente es carismático, vigoroso, incitante; nos acerca a un género no demasiado explotado en España con una aproximación peculiar, destacada. Y aunque sea una música íntimamente ligada al undreground, creo que hubiera tenido recorrido; el mismo recorrido que tuvieron otros compañero de viaje y generación.
Legado que de algún modo sigue vivo; Ana Curra (aparte de la mencionada ocasión en el Universimad de 2010) en los últimos años ha puesto sobre las tablas canciones de Parálisis Permanente. Lastimosamente y por hados adversos no he podido asistir a esos eventos… de momento. Pero donde sigue vivo todo los que nos dejaron sigue encerrado en sus canciones; escucharlas es un pequeño ceremonial y un (perverso) disfrute.
Texto: Mariano González.
Texto: Mariano González.
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