ANTECEDENTES E INTRODUCCIÓN.
¿De verdad que lo que suena son solamente tres instrumentistas y un cantante? A grandes rasgos éste fue el primer pensamiento que tuve conforme me iba adentrando en los discos de Led Zeppelin. Un sonido tan apabullante, potente y engrandecido parecía obra de un batallón de músicos tocando firmemente, como si no hubiera mañana. Esta característica a unos les parece cargante y emperifollada de arrogancia y exceso; no es mi caso, me encanta este sonido maximalista e imperioso, sobre todo porque al mando hay músicos de gran pericia y buen sentido de la melodía. Los analizaremos en seguida.
Hablar de esta banda inglesa es hablar de uno de los orígenes de ese género, un poco cajón de sastre (o sea, como cualquier género) que es el hard rock, cuyo espíritu en gran medida se transmigró en el heavy metal. Por lo tanto no es poca la influencia de Led Zeppelin. Ahora bien, el término de “padres del hard rock” habría que dejarlo en suspenso, toda vez que para no pocos críticos este título está bastante disputado. Lo mismo hablan de Cream, Jimi Hendrix, Jeff Beck o de nombres más ignotos como Blue Cheer. Es decir, que hay más paternidades potenciales que en un culebrón. ¿Qué más da? Cuando el árbol genealógico es tan frondoso, es mejor deleitarse de ello y no escudriñar cuál es la rama primigenia. Lo que no se puede negar es que junto con otras bandas señeras como Deep Purple y Black Sabbath conformaron una era irrepetible y valiosísima para el hard rock, allá entre finales de los sesenta y principios de los setenta.
Dentro de la discografía de Led Zeppelin suele haber un pequeño canon formado por sus cuatro primeros álbumes, llamados sencillamente “I”, “II”, “III” y “IV” (este último en realidad no tiene nombre, aunque se le suele llamar así principalmente). 1969 fue el pistoletazo con el lanzamiento de los dos primeros discos, que suenan a una reinterpretación salvaje y desenfrenada del blues, con algún deje psicodélico y varios acercamientos a lo acústico. Son dos discos que hoy en día siguen siendo significativamente duros (imagínense hace casi cincuenta años) y que dejan sabrosas píldoras como “Dazed and confused”, “How many more times”, “Whole lotta love”, “Ramble on”… El “Led Zeppelin I” fue el golpe en la jeta, la presentación de un grupo joven que quiere comerse el mundo y va a por todas llevando el blues a su extremo más electrificado. El “Led Zeppelin II” trajo ya consigo un considerable éxito de público, crítica, además de una afanosa y extensa gira. Uno de sus grandes himnos está en este álbum: “Whole lotta love”, a base de un rock de riff clásico dentro de la historia del rock y una psicodélica y orgásmica (literalmente) parte intermedia.
Hablando ya de nuestro álbum de hoy, aunque es una obra en general respetada y con una solera bastante bien llevada, no deja de ser un disco controversial y base de dispares opiniones. La crítica menos afecta al LP señala la proliferación de números acústicos (acusando incluso de ser muy tributarios de Crosby, Still, Nash & Young) y que los cortes rockeros son quizá demasiado estrafalarios y no tan brillantes como otros. No estoy de acuerdo con estas afirmaciones. En primer lugar, horadando la epidermis del grupo, se puede ver que Led Zeppelin hubiera podido ser una muy estimable banda folk. Mostrar otras caras, ser poliédrico o como lo queramos llamar, creo que está más cerca de ser una virtud que un defecto y ese detalle creo que pone a Led Zeppelin en posición de cierta ventaja respecto de otras bandas análogas. Tampoco olvidemos que anteriormente ya habían sonado acústicos a ratos.
Además, sigue siendo un disco de rock; la electrificación de las canciones no es tan escasa como para afirmar que “Led Zeppelin III” sea un disco folk y quedarnos tan anchos. Temas como “Inmigrant song”, “Celebration day” o el épico blues de “Since I’ve loving you” satisfará a los paladares proclives al rock y al voltaje. En cuanto al tema de los números rockeros, quizás no sean tan directos (salvo “Inmigrant song”) como en otros trabajos, pero si se le dedican las suficientes escuchas acabarán mostrando sus virtudes. En general este tercer trabajo de Led Zeppelin es el más oscurecido dentro de este cuarteto primigenio de discos, pero creo que puede mirar desacomplejadamente a sus congéneres; tiene canciones y tiene atrevimiento en cantidades que lo hacen muy interesante. No está de más reivindicarlo.
Antes de meternos plenamente en harina haremos una breve semblanza de los componentes, toda vez que la instrumentación en Led Zeppelin es parte sustancial y esencial de su música. ¿Cómo no hablar de Jimmy Page? Uno de mis guitarristas favoritos de todos los tiempos, dueño de una técnica envidiable sin caer en excesos vacuos de punteos superfluos y de duración enervante (bueno, salvo en directo, donde el tío llega a tocar la guitarra con un arco de violín o cosas así). Además posee un buen dominio de la guitarra acústica, mayor que la de otros excelentes guitarristas coetáneos como Ritchie Blackmore (salvo en Blackmore’s Night claro, donde llega a ponerse renacentista, aunque es un proyecto ya de los años 90) o Toni Iommy. Sin embargo Jimmy Page tiene sobre sí una fama, extensiva al grupo, que no es particularmente elogiosa. Lo describiré de un modo pintoresco. ¿Recuerdan cuando Los Simpson visitan Inglaterra? En ese episodio, en un momento dado Homer y Marge están montados en el London Eye y desde allí Homer atisba a varias personas, hasta que de repente dice algo así más o menos: “Mira, por allí va Jimmy Page, uno de los mayores expoliadores de la música negra que ha existido jamás”. Bien, partamos de la base de que en este sentido Jimmy Page (o el grupo ya que estamos) no podría tirar la primera piedra y efectivamente repertorios de rancio abolengo como los de Muddy Waters o Willie Dixon y otros más desapercibidos como los del grupo Spirit, han servido de “inspiración” a nuestros amigos británicos, pero definir hasta la extenuación a Led Zeppelin como una banda de plagio y punto pelota es un reduccionismo bastante ramplón. Hay bastante material personal e intransferible, surgido de su materia gris como para merecer el apelativo de “grupo clásico”. Además estos “préstamos” no son meros calcos de acordes, hay algo de trasfusión espiritual en ello. Dejando su impronta. De todos modos ahí queda eso, nadie es perfecto.
John Paul Jones por su parte es un muy buen bajista, lo cual es un logro apreciable teniendo en cuenta que su instrumento base, al entrar en la banda, no era el bajo. Lo suyo era más bien la tecla pulsada, defendiéndose muy bien en órganos, pianos, etc. Y sin embargo su aportación como bajista es buena, y si no escuchen alguna canción como “The lemon song” del “Led Zeppelin II”. Además es un músico que se desenvuelve muy bien en el estudio, no en vano antes de Led Zeppelin había sido arreglista (había hecho los arreglos para “She’s a rainbow” de los Rolling Stones por ejemplo, perteneciendo a su disco “Their Satanic Majesties Request”) y una vez disuelta su banda ha seguido haciendo arreglos orquestales, como por ejemplo los que hizo para R.E.M. en “Automatic For The People”.
Robert Plant aparte de relumbrar individualmente para la banda se puede decir que estableció (o casi) algunos cánones para los cantantes de rock. Puede entusiasmar o poner de los nervios, pero la personalidad es innegable. Las señas de identidad ya las saben: voz aguda y cierta proclividad a proferir “ohhhhhhhh” y “ahhhhhh” con cierta frecuencia, pero no quebranta precisamente ningún mandamiento estilístico del género.
Por último tenemos a uno de los mejores baterías de todos los tiempos, John Bonham. Y lo era por una contundencia mayestática y poderosa que no estaba ayuna de una precisión finísima y ajustada. Su técnica era precisa y potentísima. Lastimosamente falleció en 1980 de asfixia tras, según dicen, una alucinante ingesta de vodka. Y con ello Led Zeppelin… desapareció; si acaso sacaron “Coda” (1982), que no dejaba de ser un disco de descartes de sus obras anteriores. Todo lo que ha habido después han sido recopilatorios, conciertos, etc. Me parece una actitud encomiable y coherente de la banda; el sonido de la batería de John era sin duda una marca de agua del estilo de Led Zeppelin.
ANÁLISIS DEL DISCO.
1. “Inmigrant song”: ¿Puede una canción ser épica y apenas durar dos minutos y medio? Ya lo creo que sí, tal como disponen Led Zeppelin los elementos. Un riff cortante y persistente, una progresiva interpretación vocal de Robert Plant llegando a niveles realmente agudos y una letra que no escamotea referencias a la mitología nórdica lo consiguen (“el martillo de los dioses conducirá nuestras naves a nuevas tierras”). Todo un trallazo para comenzar a ritmo de vértigo, lanzando todo un directo a nuestra cara. Fue el single (no hubo más) del disco. Por cierto, échenle un oído (si no lo han hecho) a la curiosa versión que hicieron Trent Reznor, Atticus Ross y Karen O para los créditos iniciales de “Los Hombres Que No Amaban A Las Mujeres” en su versión americana dirigida por el gran David Fincher.
2. “Friends”: Y comienza la parte acústica. Buen dominio de este instrumento por parte de Jimmy Page, para lo que es un particular folk. Sin haberla escuchado uno puede pensar que siendo una canción acústica que se llama “Friends” se va a encontrar un número pastoril apto para cantar alrededor de una fogata en plan Boy Scout. Pues no. La canción es sobria hasta parecer levemente oscura, a lo que ayuda los inquietantes arreglos de cuerda de corte oriental. Por no mencionar los lúgubres compases finales. Yo diría que, en general, es posible que tomara cierta inspiración de la canción “As you said” de Cream. Eso sí, la letra es luminosa: “lo mejor que puedes hacer es intercambiar una sonrisa con alguien que esté triste”. Curioso.
3. “Celebration day”: Volvemos a rock (el género que predomina en la primera parte del disco) con un nervioso rasgueo de guitarra eléctrica para dar paso a un peculiar y característico riff. Quizá no sea un número de rock tan directo como otros de la banda, pero va creciendo con las escuchas. Además, el ritmo saltarín ayuda a hacerla grata de escuchar. La letra es bastante alegre, haciendo coherente el “día de celebración”.
4. “Since I’ve loving you”: Todo un blues macizo, épico y mayestático. Teniendo en cuenta que es una canción muy de género y que dura más de siete minutos es conveniente que te guste el estilo si quieres entrar en el tema. A su favor la fenomenal y fogosa interpretación por parte de toda la banda y el toque trágico que acompaña a todo buen blues. La letra habla de un amor sacrificado y un tanto agotador.
5. “Out in the tiles”: Un descendente riff inicial da paso a otro bastante intrincado y quizá un poco estrafalario, pero en realidad volvemos a tener un excepcional momento de hard rock clásico de esos que le salen con tanta facilidad a Led Zeppelin. Uno de los números más contundentes del álbum y uno de los puntos de interés para los más afectos a la vertiente estrictamente rockera. Como “Out in the tiles” es una expresión para significar salir de juerga y quemar la ciudad, la canción acompaña con un tono bastante celebrativo.
6. “Gallows Pole”: Y aquí viene la segunda parte del disco, la que sería la cara b del vinilo. Esta parte es la eminentemente acústica y la que ha servido para reputar a “Led Zeppelin III” como un álbum folk. Y en concreto esta canción es una melodía tradicional, decimonónica para más señas, arreglada y adaptada por la banda. La parte inicial comienza mezclando guitarras acústicas y mandolina y el tono es como de canción narrativa, de historia de cuenta cuentos. En la segunda mitad de la canción entra la batería, animando bastante el tempo. Acaba recordándome a esos delirantes bailes de película del oeste donde la gente danza con los brazos entrelazados. La historia habla de una condenada a la horca que pide que alguien compre su libertad con oro o plata.
7. “Tangerine”: O la canción que demuestra que Led Zeppelin pueden hacer bonitas canciones (bueno, hay mucho ejemplos significativos). Se trata de una balada acústica con algún toque country, de hermosa melodía y delicada interpretación. No obstante, hay un breve punteo de guitarra eléctrica que aporta un toquecillo rock. El inicio de la canción despista con una falsa entrada y un subsiguiente silencio. Fue compuesta por Jimmy Page años antes de la fundación de Led Zeppelin, encontrando afortunadamente hueco en “Led Zeppelin III”. La letra es más bien ingenua: “Fui su amor y ella fue mi reina, y ahora han pasado miles de años”. Es igual, suena bastante bien.
8. “That’s the way”: Cuesta calificar a esta canción como revolucionaria, pero para Led Zeppelin en concreto quizá sí que lo sea. La canción es una ensoñación límpida, acariciante, bucólica. Tranquilos acordes acústicos, acompasados con leves notas eléctricas. Todo un remanso de paz solamente turbado por una ligera melancolía. Si bien el sonido acústico no es ajeno a Led Zeppelin, rara vez han sonado tan evanescentes. La letra abunda en el sentimiento pastoril con referencias a ríos, peces, flores, etc. Es contemplativa hasta en sus menciones a la naturaleza.
9. “Bron -Y- aur stomp”: El curioso título de la canción deriva de la cabaña, en pleno campo, situada en Gales donde Led Zeppelin compusieron en gran medida este disco. Quizá fuera la quietud de ese paraje lo que inspirase el tono de algunas de las canciones. Ésta en concreto es un folk alegre, casi festivo, incitante a dar palmas (particularmente cuando entra la percusión). Canción vital y dicharachera que a pesar de su ligereza se esfuerza en tener una buena y accesible melodía.
10. “Hats off to (Roy) Harper”: La canción más experimental del disco. Consiste en pasar por diversos filtros tanto la voz de Plant como las guitarras de Page para dar lugar a un estrafalario sonido, un tanto disonante y discordante, quizá con más voluntad de exploración que de melodía. Aunque valoro la valentía a la hora de incluir sonidos desafiantes e insólitos, deja un regusto extraño. No es el final de disco que hubiese querido, pero tampoco es nada catastrófico. El título nos anima a quitarnos el sombrero ante Roy Harper, cantante folk amigo de la banda y que en 1975 cantaría la canción “Have a cigar” de Pink Floyd, incluida en su disco “Wish You Were Here”.
RESULTADO, CONCLUSIONES Y REFLEXIONES.
“Led Zeppelin III” es un disco imperioso a ratos, pacífico en otros y entre medias alegre, reflexivo… No es un trabajo tan fácil de catalogar. Hace falta cierto atrevimiento para crear un disco así. Quizá ese atrevimiento venga de la seguridad adquirida con la muy buena cogida de sus dos primeras referencias, refrendada por una gran gira. Sea como sea no es un disco para degustar un solo género, debemos tener paladar para saborear lo mismo los filosos riffs de “Inmigrant Song” o la calma chicha de “That’s the way”. Supongo que puede tener a su modo algún toque místico, toda vez que en estos momentos algunos componentes de la banda estaban interesados en temas ocultistas y esotéricos (Jimmy Page tenía una librería sobre ello y en la contraportada a Rober Plant solamente le falta un sombrero picudo para parecer la bruja piruja). También hay que advertir que cuando decimos folk nos referimos a ello en un sentido añejo, no muy en boga hoy en día. Ya decimos que se remitía a Crosby, Still, Nash y Young en algunas comparaciones y que incluso hay una canción tradicional arreglada al efecto. Para mí, eso sí, no hay ningún problema; me encanta ese toque deliciosamente trasnochado.
La siguiente obra es considerada casi unánimemente su disco más destacado. Curiosamente es un álbum innominado, no tiene título alguno, si bien casi por convenio general se le conoce como “Led Zeppelin IV” o bien como “Zoso” por los símbolos que incluye el álbum y que semejan esa palabra. Ahí tenemos a la canción definitiva del grupo “Stairway to Heaven”, una de las canciones que siempre suelen aparecer en las listas de mejores composiciones de todos los tiempos y que sigue teniendo tras de sí la sombra del plagio de la intro, supuestamente inspirada en la canción “Taurus” del grupo Spirit. La polémica es ancestral, pero el verano pasado se dictaminó (tribunales mediante) que la semejanza no era constitutiva de plagio. En cualquier caso un tótem del rock. También en el mismo disco podemos encontrar otros clásicos como “Black dog” o “Rock and roll”.
Una vez pasada esta “tetralogía” de discos, las obras que llegaron siguen siendo respetadas y parte importante del rock, pero de algún modo no de la misma manera. En “Houses Of The Holy” (1973) el grupo se atreve con nuevos sonidos como el reagge o el soul. “Physical Graffiti” (1975) por su parte es su disco más maratoniano (disco doble) y suele dividir a los fans sobre si es un exceso autoindulgente o una genialidad. Los dos últimos (no cuento “Coda”) “Presence” (1976) y “In Through The Out Door” (1979) suelen ser los menos recordados. En este conjunto de discos que estamos comentando aún dejaron una notable cantidad de títulos a tener en cuenta: “D’yer Maker”, “No quarter”, “Kashmir”, “Achilles last stand”, “In the evening”… Por cierto, tengamos en cuenta la delirante película-concierto “The Song Remains The Same” (1976) con mega solos de guitarra y batería, inclasificables “videoclips” en la que el protagonismo se lo van repartiendo los diversos componentes (mi preferido es el gótico-victoriano de “No quarter”, con John Paul Jones de protagonista) y tono setentero a más no poder.
Tras la muerte de John Bonham, como decíamos al inicio, el grupo ya no vuelve a sacar nada nuevo. Todo lo que ha venido después han sido recopilatorios, grabaciones de conciertos ya clásicos y el derivado de su concierto reunión de 2007 (con el hijo de John Bonham en la batería). Creo que es una decisión, la ruptura de la banda, respetuosa con su compañero y con su sonido, que tenía una fuente sónica muy potente en la batería. Además Led Zeppelin, con la irrupción del punk y la new wave y unos discos menos redondos, no estaban en su mejor momento. De todos modos su legado sigue siendo poco menos que legendario.
Apreciemos en su justa medida a “Led Zeppelin III”, que sin ser un disco maldito, sí que es un disco opacado por otros ilustres compañeros de discografía. Es la mala suerte de que un grupo sea capaz de ofrecer discos icónicos en la historia del rock, pero la parte buena es que donde menos te lo esperas un álbum de perfil bajo acaba resultado una magnífica sorpresa. Especialmente prescrito para los aficionados al rock y al folk clásico, pero indicado en general para cualquier melómano a la caza de interesantes sonidos.
Texto: Mariano González.
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