ANTECEDENTES E INTRODUCCIÓN.
Los 90 fueron una década peculiar para David Bowie. Tras la experiencia de formar una
banda, con el proyecto Tin Machine, su retorno en los años 90 no tuvo un éxito
comercial notable, al menos en los resultados en listas. Desapercibido no pasó, porque
eso sería poco menos que imposible, pero no tuvo un pelotazo como en los 70 o en los
80. O sea, a modo de ejemplo, un “The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The
Spiders From Mars (1972) o “Lets Dance” (1983).
Ello no quiere decir que los noventa fueron una época yerma, o carente de interés. Al
contrario, esta década tiene algo de fascinante, donde Bowie usa su innato sentido de la
libertad para expandir más sus sonidos. Podemos comenzar mencionando “Black Tie
White Noise” (1993), en general bien recibido y que era una mixtura de varios géneros,
utilizando el cimiento de unir rock y electrónica, con excursiones al soul, hip hop o jazz.
Su single principal “Jump they say” es un pequeño clásico y aún se recuerda como uno
de los éxitos del Bowie de la época.
La cosa se puso más extraña con su siguiente disco, con un intento de banda sonora
publicada como disco regular y una de las obras más ignotas del inglés. Se trata de “The
Buddha Of Suburbia” (1993), que no tuvo mucho éxito o movimiento. Tras algún
recopilatorio en 1995 llegó “Outside”, un disco con algo de kamikaze. No por nada
significó el retorno de Brian Eno como colaborador y asociado artístico. Fue una
inmersión profunda en la electrónica, de una manera más fiera y marciana, con
bastantes toques industriales y vanguardistas.
Encima era un disco largo, de más de 70 minutos, y de carácter conceptual, siguiendo
un hilo tan abstracto y distópico que cuesta encontrar sentido de la unidad. Pero es
interesante y quedan momentos inspirados. Recuerden su dueto “Hallo spaceboy” con
Pet Shop Boys (mucho más pop que la áspera versión del disco) y “The hearts filthy
lesson”, que mostraba su lado más industrial y fue utilizada por David Fincher en los
créditos finales de “Seven”.
Hablando ya de “Earthling”, es un disco que continúa la línea sonora de “Outside”, pero
más focalizado y con una naturaleza más terrenal. A lo industrial y al drum and bass, se
une por ejemple el jungle. No obstante, es un disco agreste, que juega bastante con la
distorsión y tiene un enfoque del ritmo potente y peculiar. Creo que es una de las joyas
escondidas de la discografía de Bowie. Es vanguardista sin ser obtuso, melódico sin
caer en clichés, y con unas más que interesantes ideas donde también es partenaire
Brian Eno y el guitarrista Reeves Gravels, (ahora en The Cure) Aprovechamos, pues,
para ir desmenuzando la obra canción a canción.
ANÁLISIS DEL DISCO.
1. “Little wonder”: Inmejorable forma de comenzar un disco. Una canción galopante,
enérgica, bailable y distorsionada. Las guitarras de Reeves Gabrels lanzan acordes
ruidosos, la percusión es rapidísima y los acordes electrónicos son punzante. Eso sí, el
estribillo es pura energía rock, permitiéndose incluso aumentar de intensidad en las
diversas repeticiones. Tiene más partes instrumentales que la versión single, que
constituyen una especie de trance bailable. El vídeo está dirigido por la siempre peculiar
Floria Sigismondi. La letra es una especie de jueguecillo de fluir de conciencia donde
Bowie mete a capón los nombres de los Siete Enanitos en diversos contextos.
2. “Looking for satellites”: Bajamos un poco las revoluciones en lo que al inicio parece
una canción estrambótica, fumada y algo robótica. Luego entra un estribillo que le da
vidilla, pero en general esta canción destaca sobre todo por su estructura extraña y su
flirteo con la vanguardia. No hay más que fijarse en los extraños sonidos de guitarra de
Reeves Gabrels, y en su solo final. Lo bueno es que según se avanzan las escuchas se
van pillando más detalles.
3. “Battle for Britain (The letter)”: Ritmos jungle bastante ágiles y frenéticos. De hecho,
los primeros momentos casi parecen un calco de “Little wonder”. Después se convierte
en un rock electrónico, cosa nada extraña para la época, que se corona con un extribillo
con un tono muy característico de Bowie. Por ahí en el medio hay un especie de
improvisación pianística de jazz y otras lindezas que al final dejan la canción como un
todo abigarrado y peculiar. Tiene algo como de nerviosos y psicótico.
4. “Seven years in Tibet”: El patrón de percusión recuerda al de “Nightclubbing” de
Iggy Pop”. Tiene arreglos muy familiares para Bowie, como esos saxofones oscilantes
que aparecen de cuando en cuando. Es una canción, de hecho, con muchas coordenadas
del británico. Ojo, a la furibunda entrada de guitarras y batería en el estribillo, momento
en que la canción se convierte en un rock alternativo noventero, pero llevado al terreno
Bowie. Interesante canción. Fue single, y se inspira en un libro del mismo nombre, en la
que también se inspiró la película que casi se estrenó por aquellas fechas, interpretada
por Brad Pitt, pero que no tienen nada que ver entre sí.
5. “Dead man walking”: Canción de potentes bases electrónicas y orientación dance,
que se mezclan a las mil maravillas con las guitarras de Reeves Gabrels, que suenan casi
industriales. Es uno de los momentos más lúdicos del disco; una canción contundente y
divertida, con el toque marciano justo y una sensación menos laberíntica. Fue el tercer
single del disco.
6. “Telling lies”: Las bases jungle, como en otros momentos del disco, dan un toque de
rapidez algo paranoica. Esa sensación se intensifica más si cabo, con algunos de los
efectos y ruidos que dibujan la canción. El estribillo es más o menos memorable,
aunque la estructura del resto de la canción puede despistar un poco.
7. “The last thing you should do”: Es una canción que se reconvierte, comenzando
como un tema dance, elegante, misterioso, para luego pasar a convertirse en un trallazo
de rock industrial de guitarras abrasadoras, transformarse en una especie jugueteo con
beats, y acabar rescatando la parte inicial. A esta canción se le va cogiendo la gracia,
aunque al principio sea algo áspera y tenga esa estructura peculiar que tienen muchas de
las canciones de “Earthling”.
8. “I’m afraid of americans”: La canción más directa del disco, y uno de sus momentos
más recordados. Entre el techno y el rock industrial. Tenemos entre manos un pelotazo
de unas estrofas tranquilas, pero algo inquietantes y un estribillo arrollador y enérgico
que es casi una catarsis. La letra es una sátira de algunos aspectos de EE.UU a través del
dibujo del personaje de un tal Jonny. Se nota que Bowie frecuentaba a Trent Reznor,
líder de los Nine Inch Nails (habrá que hablar de ellos algún día), pues la canción tiene
un deje que puede recordar a la banda señera del rock industrial. Además, el propio
Reznor hizo seis remezclas distintas de la canción y a aparece en el vídeo musical
aterrorizando al pobre Bowie. Existe una versión previa que entró en la banda sonora de
“Showgirls”.
9. “Law (Earthlings on fire): El colofón del disco apela a su faceta bailable, con bases
electrónicas contundentes y filigranas de guitarras distorsionadas por encima. Puede
resultar algo machacona, pero mete un chute de adrenalina notable. Así debe
entenderse, para que cobre más sentido; es una canción como de garito chungo, una
despedida sudorosa y cinética, aunque no sea particularmente suntuosa.
RESULTADO, CONCLUSIONES Y REFLEXIONES.
“Earthling” puede llamarse, sin lugar a duda, como una joya escondida dentro de la
discografía de Bowie. No se trata de una referencia demasiado esotérica o ignota, pero
son muchos los títulos míticos de Bowie que pueden opacar a este disco., y es
refrescante perderse en la discografía de ciertos artistas. La recompensa es encontrarse
con un disco algo marciano y notablemente peculiar, pero contundente, y nunca
aburrido. Combina perfectamente la tendencia de mezclar rock y electrónica de la
época, y añade un estimulante toque de vanguardia.
Más normalillo es el siguiente disco, “Hours” (1999), dentro de lo que cabe. Fue el
primer disco que estuvo enteramente disponible para descargárselo (legalmente, se
entiende) antes de la salida en formato físico. También influye en el sonido del disco el
que primariamente fuera banda sonora de un videojuego. A destacar “Thursday child” o
“Something in the air”, que quedaba muy bien en los créditos finales de “Memento”.
El siguiente álbum trajo unas críticas bastante buenas, y una resonancia en Estados
Unidos como hacia ya tiempo que no tenía. Hablamos de “Heathen” (2002) al que suele
vinculársele la etiqueta de disco “post 11-S”, si bien tan triste acontecimiento en
principio no fue una inspiración directa. En este disco ya no estaba Gabrels, volvió
Tony Visconti a la producción, y en consecuencia todo parecía más clásico. Se dejó
sentir en las radios “Slow burn” y algo menos “Everyone says Hi”.
“Reality” (2003) llegó casi acto seguido, con un sonido directo y buenos momentos de
rock. Acaso su desempeño comercial pudo ser mejor si la elección de singles hubiera
sido más amplia. “New killer star” solo salió en DVD y “Never get older” lo hizo
solamente en Japón. Lo que siguió a esto fue un hiato musical de 10 años, al que puso
fin “The Next Day” (2013), tras no pocos rumores sobre su retirada de la música. El
disco fue grabado en secreto, incluyendo acuerdos de confidencialidad, y obtuvo unos
resultados de ventas bastante buenos, además del beneplácito de la crítica. Sorprendió
un poco la melancolía y la nostalgia del single “Where are we now?”, contrarrestada por
otros momentos más movidos como la canción título.
La historia de “Blackstar” es triste, ya que como recordarán coincidió con la muerte del
propio Bowie. De ahí que el single “Lazarus” resulte estremecedor. Es difícil glosar la
carrera o la grandeza de David Bowie en un solo artículo. Es tan inabarcable en su
genialidad que podría estudiarse su música durante décadas y quedarse corto. De
momento aquí nos hemos centrado en un disco relativamente poco conocido, pero con
muchos detalles a disfrutar. No dejen de escuchar a Bowie. Nunca.
Texto: Mariano González.
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